La Palabra y el mundo.
“−Cuando yo uso una palabra, dijo Zanco Panco con un tono de voz más
bien desdeñoso,
quiere decir lo que yo quiero que diga, ni más, ni menos.
−La cuestión, insistió Alicia, es si se puede hacer que las palabras
signifiquen tantas cosas diferentes.
−La cuestión es, zanjó Zanco Panco, saber quien es el que manda...eso
es todo".
Lewis Carrol, Alicia a través del
espejo.
Si el día es
gris, entonces busco una narración para el día gris. Puede ser que me haga
sentir melancólica o feliz. Su luz me puede impresionar o no y viéndola me
pregunte qué significa para mí. Y en la respuesta a esa pregunta construyo mi
mundo de ese día. Todo cambia si una palabra me invita a pensar o si mi cabeza
está en silencio, de allí su importancia.
Liarse con la
palabra no sólo ha abierto el campo terapéutico a muchos, también ha hecho
dudar sobre el ¿cómo decirlo? La búsqueda de un modo, de una manera para
expresar nuestros sentimientos, pensamientos, afectos, es el resumen vital de la existencia. No
podemos ignorar el poder de la palabra, y tampoco podemos prescindir de ella.
Es por ello que
creo que el vacío que siento en estos días se debe a la falta de palabras.
Estamos sumergidos en un discurso del vacío. Los términos son negativos o
confusos y eso hace que nuestro espíritu se rebele y no pueda construir un
mundo como está acostumbrado a hacerlo.
Si veo un
noticiero, si escucho al político de turno, encuentro que la vacuidad de su
discurso no sólo está en la deliberada ocultación de sus intenciones sino que
radica en la
contradicción. Reaccionamos frente a la contradcición, somos
sensibles a la contradicción, enfermamos por la contradicción.
Contradecirse en
términos lógicos responde a tomar por verdadero un enunciado universal de valor
positivo, por ejemplo “todos los hombres
son mortales” y aceptar a su vez la verdad de un enunciado de signo opuesto
tanto en la cantidad como en la calidad, por ejemplo, “Algún hombre es
inmortal”. Si A es verdadero la deducción nos empuja a pensar que O debe ser
falso. Dicho esto, parece que contradecir
está de moda, pues cotidianamente se nos obliga a creer que hay un futuro
cuando asistimos a la destrucción del presente. Queremos creer en una humanidad
mejor cuando en verdad estamos construyendo todas la condiciones para lo
contrario.
Mientras me paseo
por delante de una iglesia medieval,
asisto a la visión de unos niños saltando en un espacio cerrado, riendo
y pasándosela bien con una pelota que no existe pues estaban frente a una Wii.
Uno más pequeño dibuja sobre una tablet, con su dedo de niño pequeño. Empuñar
un lapiz ya no se usa, abusar de las palabras tampoco, esculpir con torpe
caligrafia el nombre ya es una experiencia de pasado.
Las nuevas
generaciones deben construir un mundo. Dar clases en la universidad exige el
abandono del lapiz y el papel, a cambio de las plataformas virtuales. Asistir a
una clase es sentarse a ver al profesor cómo ‘patéticamente’ trata de transmitir
algo mientras su público adormece sin lápiz ni papel contento con que el
profesor ya les hará llegar su aburrido powerpoint. A un lado queda el río de
las palabras y su necesaria reproducción para entenderlas y manejarlas.
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