Calor y filosofía
Acuarela alla prima, Midi Pireneé, 2016 |
Los rayos casi blancos del mediodía caen sobre el campo cuyo ocre
ha cedido a la incandescencia, el polvo arropa presuroso todo lo que encuentra
a su paso. El azul del cielo es una ofensa para los azules fríos. La brisa
quema… hace calor.Apetece algo frío que obligue a la temperatura corporal a replantearse
lo que sucede. Pero ni los hielos, ni la resignación hacen variar la
temperatura. Definitivamente, no se puede pensar con calor, ¿y me pregunto por
qué? ¿Qué es lo que el pensamiento quiere para poder funcionar?
Es probable que la imagen del pensador coincida con la comodidad
como ya lo estampó tan magníficamente Descartes en Las meditaciones Metafísicas: “Pero, aun dado que los sentidos nos
engañan a veces, tocante a cosas mal perceptibles o muy remotas, acaso hallemos
otras muchas de las que no podamos razonablemente dudar, aunque las conozcamos
por su medio; como, por ejemplo, que estoy aquí, sentado junto al fuego, con
una bata puesta y este papel en mis manos (…) ”. Delante del fuego imaginaba
sus argumentos, calentito y tranquilo.
Otros prefirieron estarse bajo la sombra de un plátano, como contaba
Platón en Fedro: “ (…) Hermoso sitio
sin duda para hacer alto! Un plátano ancho y elevado, un gran agnocasto cuya
espesa sombra es una hermosura y en plena floración para perfumar, lo más
posible el lugar; y por añadidura la más encantadora de las fuentes corriendo
bajo el plátano con una agua muy fresca
según mi pie atestigua (…) ¿y el aire que aquí se respira? ¡Cuán amable y
delicioso! Su claro silbido estival sirve de acompañamiento al coro de las
cigarras. Pero lo más exquisito de todo es este césped cuya suave pendiente
permite recostarse y colocar muy cómodamente la cabeza.” Platón no menciona ni hormigas
ni mosquitos y las cigarras no parecen molestarles.
Tampoco Nietzsche nunca nos contó qué temperatura hacía en
Sils-Maria cuando se le ocurrió aquel insigne proyecto filosófico al que dedicó
toda su vida, en cambio en Humano, demasiado humano, dibujaba el perfil de un convaleciente
bañado por un pálido sol seguramente mediterráneo.
Lo que quiero decir es que la imagen que tenemos del acto de
pensar es una imagen cómoda y cinematográfica como aquella que nos sitúa en un
café en París, en una hermosa biblioteca en Nueva York o Barcelona y que nos
saca de la cocina de casa, de la cama o de una prosaica tarde calurosa en
Caracas. Las consecuencias para vida práctica son tremendas, pues se deriva
que no se puede pensar en cualquier lugar y menos si algunos detalles como la
temperatura u otras incomodidades, como el hambre y el sueño hacen su
aparición. Pensamos sólo si las condiciones son las idóneas y pensamos sólo si
lo que hay que pensar es digno de ser pensado.
Desgraciadamente no funciona así. Incluso con el más inclemente
sol pensamos, en un autobús mientras sudamos, en la cama antes de levantarnos,
en la noche, entre sueños, distraídos escuchando alguna frase en el mercado, a
la lectura de cualquier tontería, a través de los recuerdos, mirando a un gato,
arropados por la risa de un niño, abrazados por el amor, apartados por la
rabia, pensamos. El asunto es que no le damos importancia a esos pensamientos
porque creemos que son pensamientos de segunda, unos que no están instalados
correctamente en la programación de los asuntos de importancia y que no cuentan
con el escenario de rigor. Así vamos descuidando el acto de la reflexión y el
de la comunicación de esas reflexiones. Las conversaciones dejan de tener frescura
y se pasa a los vanales comentarios de la actualidad.
Es necesario recuperar el lugar del pensamiento en la vida
cotidiana para ser capaces de confrontar pareceres y generar nuevas
dinámicas de intercambio y de acción. Una sociedad abierta a la reflexión es
una sociedad que se enriquece con cada uno de los pensamientos de sus
individuos. Si vamos por la vida
acallando aquellas ideas no han sido concebidas ‘in vitro’, entonces sólo
seremos entes reproductores de unos argumentos que han sido originados por
otros en otro lugar, tiempo y espacio distintos de los nuestros y por tanto
ajenos a nuestra realidad.
Sean cuales sean las condiciones, hay que tener en cuenta que los pensamientos
están ahí para escucharlos, mimarlos y darles consistencia, es así cómo se olvida una del calor.
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