Tratarnos bien
Descarga de la conciencia (I)
“Lo que con la pena se puede lograr, en conjunto, tanto en el hombre como en el animal, es el aumento del temor, la intensificación de la inteligencia, el dominio de las concupiscencias: y así, la pena domestica al hombre, pero no lo hace «mejor».”
F. Nietzsche, La Genealogía de la Moral
La consciencia, 2018. RaGU |
Si se confiesa abiertamente que
se es indiferente al vegetarianismo, todos voltean a observar al caníbal troglodita
que no tiene un ápice de respeto por el sufrimiento animal. Si se habla
correctamente usando el masculino inclusivo castellano, todos voltean a ver
dónde yace el pobre ser abrumado por el patriarcado de la lengua. Y si acaso se
objeta el uso del coche eléctrico o de las bicicletas en las ciudades, evidentemente
ya se ha encontrado al culpable de la contaminación ambiental.
Lo que pretendo hacer notar es
que cualquier intento de cambiar el mundo en el que vivimos requiere ir más
allá de las estructuras básicas de pensamiento de las que siempre se ha hecho
uso y que hasta el momento han resultado ineficientes. Si todo lo que
cuestionamos se expresa a través del discurso de la culpa, no se avanzará en
nada, pues la culpa, como tal es un eficaz dispositivo que convierte cualquier alternativa
en una herramienta punitiva, pero que no ayuda ni a solucionar el problema ni a
encontrar vías eficaces de solucionarlo, sólo sirve para encontrar culpables.
Uno de los grandes pensadores
sobre la culpa ha sido Friedrich Nietzsche quien, en su crítica a la cultura occidental,
descubre que la culpa ha sido uno de los dispositivos de dominación más
poderosos. La tesis central es que, desde el principio de los tiempos, el
hombre, reproduciendo una estructura básica de intercambio se encontró con que
había deudores y acreedores. Si alguien necesitaba más de lo que tenía y lo
pedía al otro y éste se lo concedía, entonces aquel estaba en deuda, lo cual
generaba una situación de desigualdad. Con el tiempo el dispositivo del deudor
se convirtió en el del pecador: un hombre nace en deuda con Dios. Es una deuda de
tipo espiritual, Dios le ha dado todo a cambio de nada, ¿cómo pagar eso?, ¿cómo
agradecerlo? ¿cómo vivirlo? ¡Bienvenido al mundo del pecado y de la culpa!
La cultura judeo-cristiana está
construida sobre estos cimientos, y creo que no necesito desarrollar en detalle
este aspecto para que se vea con claridad lo que pretendo compartir en esta
reflexión: se es culpable de comer, de hablar, de moverse por la ciudad, porque
mientras unos hacen lo correcto, otros son culpables por pensamiento, acto u
omisión.
Así, por la culpa aceptamos los
pros y los contras de cualquiera de nuestros juicios. Por ejemplo, el que una
persona use el masculino inclusivo castellano en contra de la moda de la duplicación
inútil –delegados y delegadas, médicos y médicas y un largo etcétera,
fastidioso, por cierto– la hace objeto de sospecha social. Si es hombre, es
machista y si es mujer lo hace porque no es consciente del falo centrismo o del
machismo que ella, a través del lenguaje, propaga y permite y admite. En
cualquiera de los casos se emiten juicios para despachar el asunto con la mayor
rapidez y así evitar pensar si acaso la cruzada en contra de un uso gramatical,
por ejemplo, en verdad transforma a la sociedad. Quizá lo que verdaderamente
transforme la sociedad no sea señalar a los culpables sino cambiar ciertos
modos viciados de comportamiento como el descrito. Usar o no un lenguaje
gramaticalmente correcto no está reñido con la lucha cotidiana por la igualdad
de derecho de las gentes –pobres, ricos, mujeres, hombres, niños, adultos,
ancianos, negros, blancos, indios o chinos.
Creo que tratarnos bien puede ser
una de las primeras opciones a tener en cuenta, sin culpables, sin castigos,
sin juicios, sencillamente tratarnos bien. Este sería un primer paso en contra
de la cultura de
la culpa, ¿no así?
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