Aburrimiento, ocio y hastío

Estudio en Le Racou (acuarela alla prima) Cuando pienso en el ocio, las primeras imágenes que vienen a mi mente son aquellas tardes de niñez en las que no sabía qué hacer porque estaba aburrida. Estaría en casa de alguna tía cuyos hijos al ser mayores que yo no servían como compañeros de juegos, y, como tampoco éra del barrio, en principio, jugar con otros niños no era una opción inmediata. Allí en la hamaca, bajo un guanábano veía ir y venir las moscas bajo un calor sofocante. A lo lejos se oían las conversaciones de los adultos y más cerca las de mi imaginación, que hoy recuerda al poeta que alaba a las moscas: “Moscas del primer hastío en el salón familiar/Aquellas tardes de estío en que yo aprendí a soñar.” Y sí, así aprendí yo a soñar. En ese ocio forzado, insufrible, caluroso y sediento se gestaron las ideas, se activó el mecanismo de la imaginación que me llevó lejos de allí. Era el famoso aburrimiento al que se refiere Russell en La Conquista de la Felici