Aburrimiento, ocio y hastío




Estudio en Le Racou (acuarela alla prima)
Cuando pienso en el ocio, las primeras imágenes que vienen a mi mente son aquellas tardes de niñez en las que no sabía qué hacer porque estaba aburrida. Estaría en casa de alguna tía cuyos hijos al ser mayores que yo no servían como compañeros de juegos, y, como tampoco éra del barrio, en principio, jugar con otros niños no era una opción inmediata.

Allí en la hamaca, bajo un guanábano veía ir y venir las moscas bajo un calor sofocante. A lo lejos se oían las conversaciones de los adultos y más cerca las de mi imaginación, que hoy recuerda al poeta que alaba a las moscas: “Moscas del primer hastío en el salón familiar/Aquellas tardes de estío en que yo aprendí a soñar.” Y sí, así aprendí yo a soñar.

En ese ocio forzado, insufrible, caluroso y sediento se gestaron las ideas, se activó el mecanismo de la imaginación que me llevó lejos de allí. Era el  famoso aburrimiento al que se refiere Russell en La Conquista de la Felicidad, ese aburrimiento que permite y ofrece la libertad. 

Con mi imaginación conquisté mundos desconocidos, ejercí el day dreaming, descubrí personajes y me hice profesional de la ficción. Esos munditos de como síes que me sacaban de la hamaca y me obligaban a perseguir hormigas para saber qué hacían, que me sugirieron fabricarles pequeños ríos con un chorrito de agua a ver si lo pasaban, ríos que se convirtieron en feroces cauces, lagos infranqueables y océanos mortales.  Imaginar me hizo diferente, me hizo popular porque mientras estaba ‘aburrida’ imaginaba juegos, personajes, tramas, pero no sabía que ellos luego se harían realidad con sus disfraces, cambios de voz, descripciones, alegrías y tristezas, y por supuesto, siempre haría una que otra trampa cuando un interlocutor me ponía en aprietos.

Y es entonces cuando me pregunto: ¿y qué hay de malo en aburrirse?, ¿por qué nuestra sociedad condena el hastío? ¿Por qué lo quiere controlar? ¿Somos más inteligentes o mejores personas ahora que podemos hacer tantas cosas en nuestro tiempo libre?

El ocio, tal como lo conocemos ahora, está reglado, cosa que contradice su definición. Se permite el ocio atado al video juego, a la navegación azarosa por internet –un video te lleva a otro, una web a otra, un blog a un enlace y éste a una galería de imágenes, aquellas a unas noticias y mientras aparece un término, unas siglas desconocidas o una locución en latín, terminamos con suerte en la Wikipedia o en el diccionario de locuciones latinas más utilizadas. También se contempla el ocio de leer, de ver una película –aunque te la duermas toda–, o de estar sin hacer nada pero en el ambiente adecuado, una hamaca, un sillón ubicados el  lugar destinado a tal fin.

El problema es que cuando se condiciona el ocio ya no sucede lo que en esencia éste había de provocar: ser un reto para la imaginación. 

Pongamos por caso el aburrimiento de uno mismo –cosa que se medica por considerarse una enfermedad mental. Cuando esto sucede es importante haber desarrollado recursos contra el hastío, y así seguramente los aplicaremos a nosotros mismos. Sabemos que de lo que se trata es de poner a funcionar la imaginación para encontrar escenarios idóneos que nos permitan nuevos usos para nuestras viejas destrezas. De ahí lo importante del ocio. Es innegable que nos cansamos de nosotros mismos, que nos aburrimos de hacer siempre lo mismo, que nos hastía una situación repetitiva, y que para ello necesitamos encontrar salidas.

Lo que quiero reivindicar es el derecho al aburrimiento y al hastío como motor de la imaginación. Que ante la queja de aburrimiento de los niños y de algunos adultos –quienes reglan su ocio con móviles, tablets, películas, videojuegos, actividades y un sinfín de cosas que se me escapan– hay que saber que no hay nada de malo en aburrirse y que esta cultura casino, de la diversión constante, de la máxima atención, está provocando la pérdida de la herramienta más valiosa del ser humano: su imaginación.

Por lo cual invito a pensar en el ocio en estos días en que lo tenemos por compañero de vida. Desconectar significa no perseguir las WiFi por doquier, no ignorar a quienes tenemos delante por atender a quienes no están y sobre todo, deja que sea la mente, liberada en los océanos de la imaginación, la que acaricie sueños, recuerdos y juegos. 

Eso es lo que diferencia al homo ludens del homo faber, pero sobre esto volveré la próxima vez.

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