La palabra y el esfuerzo.
Y la tierra estaba sin orden y vacía,
y las
tinieblas cubrían la superficie del abismo,
y el Espíritu de Dios se movía
sobre la superficie de las aguas.
Entonces dijo Dios…
Génesis, 1,1
En este mundo de la comunicación,
no hay nada más desvirtuado que la comunicación. Me sumaré a todas aquellas
voces que señalan últimamente los riesgos y peligros sobre la vacuidad y la
ineficacia de las palabras. Estamos tan comunicados que nos aburre comunicarnos
porque estamos saturados de palabras.
Los medios de comunicación
virtual como la mensajería instantánea y las redes sociales nos obligan cada
día a leer, contestar y reaccionar de manera tan inmediata que somos capaces de
sostener diversos diálogos cada vez que leemos un post o recibimos un mensaje.
El asunto se complica cuando, por carecer de filtros eficaces para detectar el
error, elaboramos respuestas precipitadas e incoherentes.
Haciendo el viaje matutino por
las redes veo con estupor cómo la gente se hace eco de afirmaciones que me
cuesta creer. Al verlo en detalle, me doy cuenta de que se trata de un carrusel
variopinto y anónimo de noticias falsas e imposibles de cotejar que reclaman
alguna respuesta, pero debido a la magnitud de este fenómeno nuestro entendimiento,
haciendo un alarde de economía, vierte todo en el mismo saco y emite juicios
sin son ni ton.
Sin ánimo condenatorio y sin
querer ni pretender tener la verdad, pues no es asunto que me interese en
demasía, mi preocupación versa sobre el hecho de cómo vamos perdiendo la
palabra. Sí, aquello que nos distinguió de los otros animales poco a poco se va
quedando vacío de sentido, gracias a la inmediatez, la pusilanimidad y la
economía.
Cité el Génesis porque me llama
la atención que el relato de la creación se inicie con un Dios solo y aburrido
que comienza a crear un mundo e inmediatamente después tiene la necesidad de
poner nombre a cada cosa. Lo que pretendo es llamar la atención sobre la importancia
de la palabra como pilar de nuestra civilización y el peligro que corre la
humanidad si la pierde.
Y es que este riesgo está presente
en el día a día de esta época de la comunicación. Gadamer decía que la mayor
violencia que se podía cometer contra un ser humano era no continuar un
diálogo, es decir, no devolver una palabra por otra, es decir, responder con el
silencio. Es por eso que conviene saber que cuando negamos el valor de la
palabra y su dinámica somos igual de violentos que aquel al que rechazamos,
pues sin palabras sólo resta la acción que puede ser adecuada o no.
Responder con el silencio también
es responder, y la única respuesta que va contra la humanidad es no escuchar.
Esto es lo que se llama un esfuerzo hermenéutico, un tremendo trabajo
intelectual.
Decir no, también es decir, no perdamos esa oportunidad.
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