El rédito de la miseria
Ayer fue un día hermoso. La ilusión
nos despertó a todos, a los que seguían un camino y a los que se dejan arrear. Unos
con trajes de estrellas, otros vestidos del color de la sangre. Pero , entre
unos y otros relucía la esperanza, porque unos y otros son hijos de la misma
madre, de la misma tierra que los vio crecer.
La carencia o menesterosidad tan
conocida por los griegos como ananké
siempre estuvo ahí para ayudar a moldear el destino de los humanos. La tradición clásica dice que la ananké es la madre de las tres moiras que son las diosas que tejen el
destino de los hombres: una teje el hilo de la vida, otra lo mide y la última
lo corta. Ananké (la necesidad) es una divinidad primigenia autoformada que
junto con Cronos (el tiempo) rodearon
el huevo primigenio y lo dividieron en sus partes: agua, cielo, tierra. ¿Por qué recuerdo esto? Porque los mitos nos ayudan
a entender la realidad ya que juegan con
el orden simbólico.
El discurso del (de nuevo y por
20 años) presidente de Venezuela, se ha sostenido en un rédito sin precedente
de la menesterosidad (ananké,
miseria). El pueblo que le apoya es el pueblo que sumido en una terrible indigencia,
ha visto en el socialismo del siglo XXI una esperanza para salir de esta penosa
condición.
El asunto es que esta situación
es una impostura –no la miseria cotidiana de quienes la padecen. Es una
impostura porque, sin excepción todos somos
hijos de la miseria, de la ananké que teje el destino de los humanos, y en eso
el pueblo de Venezuela no es diferente de ningún pueblo de la historia de la humanidad. Los
grandes líderes, los hombres que verdaderamente han cambiado los destinos de los
hombres, lo han entendido así. Y es por eso que han trabajado para todos por
igual, sin diferenciar, sin cometer el genocidio contra una parte de la
sociedad que (según este discurso) no padece la ananké y no merece por lo tanto su atención.
El resultado, la ganancia que
rinde el supuesto de que sólo una parte de la población venezolana necesita ser
atendida y la otra no, ha derivado en una profunda ruptura social que beneficia
a quienes blanden la espada amenazante que corta el hilo de las vidas.
Sin embargo, hay una opción y
comienza hoy. Si reconocemos que todos padecemos nuestras propias y humanas
miserias, que lo único que me diferencia del otro es el modo como yo asumo y
conduzco mi necesidad, si el gobierno lo sabe y deja de hacer negocio con esto,
y llama a la reconciliación social, borra sus megalomanías y sus mareantes mareas
de color sangre, violentas y soberbias, entonces probablemente se comience a
construir un futuro más humano para
todos.
Y aquí es cuando el 45 por ciento de los
venezolanos tiene y debe seguir teniendo la palabra y la esperanza. La democracia
no debe ser aplastante ni terrorista. Debe permitir la expresión de quienes
disienten de la mayoría, porque allí está la clave para el mejor gobierno. La
oposición debe sentirse muy orgullosa de serlo y seguir mostrando ‘su camino’ para
dejar de ser mera oposición y convertirse en colaboradora activa y sin servilismos de un proyecto que se llama Venezuela que
deje a un lado la estética del poder de las mayorías coaccionadas por la
menesterosidad o ananké.
Sé que esto puede sonar utópico,
o quizá odioso para quienes también han pretendido sacar rédito de las
rupturas, pero es lo que necesitamos en un mundo en el que ayer se encendió la
luz de la esperanza y que no debe volver a apagarse nunca más, a sabiendas de
que todos, al fin y al cabo, estamos a merced de las moiras.
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